I let love in
I let love in · Daniel Horacio Agostini · CC (BY-NC-ND)
Venía cojeando por el camino que bajaba de la aldea. Un animal le había roto la pierna derecha de una coz. Había estado encamado casi un mes entero con unos dolores horribles. El accidente, además, le había hecho perder unos cuantos kilos y había despertado en él un humor de perros. No había quien hablara con él. Se quejaba de todo y discutía acaloradamente por cualquier tontería. Ahora que había perdido el trabajo, lo único que le quedaba era consolarse con el vino todas las tardes en el bar de la aldea. Cuando anochecía volvía a su casa tambaleándose peligrosamente; tanto, que muchos pensábamos que al día siguiente lo encontrarían los gendarmes aplastado contra las rocas en alguno de los profundos barrancos que había junto al camino. Helmut no era viejo, ni mucho menos, rondaría los 40 y, si no llevara la mala vida a la que se había abandonado, podría ser un buen partido para cualquiera de las muchas mozas casaderas que habitaban en aquella comarca.

Mucho antes del accidente había comenzado su transformación. De hecho, antes, unos 5 años atrás, era un tipo simpático y agradable. Ayudaba siempre que se le solicitaba y tenía un gancho especial con las mujeres, aunque no se decidiera por ninguna. Un día partió de viaje. Había recibido una carta tan solo unos días antes. Después de eso, su semblante cambió. Se mostraba taciturno y no quería hablar con nadie. Cuando volvió del viaje todo su ser se había ensombrecido y sus ojos, acuosos, solo miraban al infinito.